Leonardo Boff
Theologian
Earthcharter Commission
Theologian
Earthcharter Commission
2011-09-01
Dada la crisis generalizada que vivimos actualmente, todas las educaciones
deben incluir el cuidado de todo lo que existe y vive. Sin el cuidado, no
garantizaremos una sostenibilidad que permita al planeta mantener su vitalidad,
los ecosistemas, su equilibrio, y nuestra civilización, su futuro. Nos educan
para el pensamiento crítico y creativo, para tener una profesión y un buen nivel
de vida, pero nos olvidamos de educar en la responsabilidad y en el cuidado del
futuro común de la Tierra y de la Humanidad. Una educación que no incluya el
cuidado demuestra ser alienada e irresponsable. Los analistas más serios de la
huella ecológica de la Tierra nos advierten que, si no cuidamos, podemos conocer
catástrofes peores que las vividas este año de 2011 en Brasil y en Japón. Para
mantenerse, la Tierra podrá, tal vez, tener que reducir su biosfera, eliminando
especies y millones de seres humanos.
Entre tantas excelencias propias del concepto de cuidado, quiero hacer
hincapié en dos que interesan a la nueva educación: la integración del globo
terrestre en nuestro imaginario cotidiano y el encantamiento por el misterio de
la existencia. Cuando contemplamos el planeta Tierra desde el espacio exterior,
surge en nosotros un sentimiento de reverencia al ver nuestra única Casa Común.
Somos inseparables de la Tierra, formamos un todo con ella. Sentimos que debemos
amarla y cuidarla para que nos pueda ofrecer todo lo que necesitamos para seguir
viviendo.
La segunda excelencia del cuidado como actitud ética y forma de amor es el
encantamiento que surge en nosotros por la aparición más espectacular y bella
que jamás ha existido en el mundo, que es el milagro de la existencia de cada
persona humana individual. Los sistemas, las instituciones, las ciencias, las
técnicas y las escuelas no tienen lo que cada persona humana posee: conciencia,
amorosidad, cuidado, creatividad, solidaridad, compasión y sentimiento de
pertenencia a un Todo mayor que nos sustenta y anima, realidades que constituyen
nuestra Profundidad.
Seguramente no somos el centro del universo. Pero somos los seres portadores
de conciencia y de inteligencia, por los cuales el universo se piensa, se
conciencia y se ve a sí mismo en su espléndida complejidad y belleza. Somos el
universo y la Tierra que ha llegado a sentir, a pensar, a amar y a venerar. Esta
es nuestra dignidad que debe ser interiorizada y que debe ser imbuida a cada
persona de la nueva era planetaria.
Tenemos que sentirnos orgullosos de poder desempeñar esta misión para la
Tierra y para todo el universo. Solamente cumplimos con esta misión si cuidamos
de nosotros mismos, de los otros y de cada ser que habita aquí.
Tal vez pocos han expresado mejor estos nobles sentimientos que el eximio
músico y también poeta Pau Casals. En un discurso en la ONU en los años 80 del
siglo pasado, se dirigía a la Asamblea General pensando en los niños como el
futuro de la nueva humanidad. Su mensaje vale también para nosotros, los
adultos. Decía:
El niño tiene que saber que él mismo es un milagro, que desde el
principio del mundo, jamás ha habido otro niño igual y que en todo el futuro,
jamás aparecerá otro niño igual a él. Cada niño es único, desde el principio
hasta el fin de los tiempos. Así el niño asume una responsabilidad al confesar:
es verdad soy un milagro. Soy un milagro igual que el árbol es un milagro. Y
siendo un milagro ¿podría hacer el mal? No, pues soy un milagro. Puedo decir
Dios o Naturaleza, o Dios-naturaleza. Poco importa. Lo que importa es que soy un
milagro hecho por Dios y hecho por la naturaleza. ¿Podría yo matar a alguien?
No. No puedo. ¿Y otro ser humano, que también es un milagro como yo, podría
matarme a mí? Creo que lo que estoy diciendo a los niños, puede ayudar a hacer
surgir otro modo de pensar el mundo y la vida. El mundo de hoy es malo; sí, es
un mundo malo. El mundo es malo porque no hablamos a los niños así como yo les
estoy hablando ahora y de la manera que necesitan que les hablemos. Entonces el
mundo no tendrá más razones para ser malo.
Aquí se revela gran realismo: cada realidad, especialmente la humana, es
única y preciosa, pero al mismo tiempo vivimos en un mundo conflictivo,
contradictorio y con aspectos aterradores. Así y todo, hay que confiar en la
fuerza de la semilla. Ella está llena de vida. Cada niño que nace es una semilla
de un mundo que puede ser mejor. Por eso, vale la pena tener esperanza. Un
paciente de un hospital psiquiátrico que visité, pirograbó en una tablilla que
después me regaló: «Siempre que nace un niño es señal de que Dios todavía cree
en el ser humano». No es necesario decir más, pues en estas palabras se encierra
todo el sentido de nuestra esperanza frente a los males y las tragedias de este
mundo.
Leonardo Boff
No hay comentarios:
Publicar un comentario