Christian
Jarrett BBC Future
29 diciembre
2014
Una de las
ideas que más prevalece es que tenemos cinco sentidos.
Con
frecuencia hablamos de nuestros cinco sentidos como si fueran una verdad
universal.
En realidad,
sin embargo, son más de cinco –o menos– dependiendo de cómo examinemos la
cuestión.
Algunos
mitos sobre el cerebro, como la idea de que sólo utilizamos el 10% de nuestra
materia gris, son muy conocidos.
Aparecen de
vez en cuando, pero los expertos se encargan de derribarlos.
Otras falsas
ideas sobreviven sin que nadie las señale. Una de ellas es la idea de que el
cerebro humano utiliza cinco sentidos.
Esta
creencia es tan generalizada que incluso las personas con conocimientos
científicos la asumen como cierta.
Quizás esto
se deba a sus nobles orígenes. El principio de la existencia de cinco sentidos
básicos en el ser humano procede de Aristóteles, de una obra ("De
Anima") en la que dedica un capítulo separado a cada uno de ellos: la
vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato.
Información
Pero no es
tan sencillo. Definir los "sentidos" nos lleva por el resbaladizo
camino de la filosofía.
Una
definición algo vaga sería que un sentido humano es una forma única del cerebro
para recibir información sobre el mundo y el propio cuerpo.
Si esto es
así, entonces podemos afirmar con confianza que hay más de cinco sentidos.
Los sentidos
muchas veces se mezclan. Por eso lo que vemos puede influir en cómo percibimos
los sabores.
Considera,
primero, los sentidos relacionados con la posición de nuestro cuerpo.
Cierra los
ojos y tócate el hombro izquierdo con tu dedo índice. ¿Fácil? ¿Cómo lo hiciste?
De alguna
forma sabías dónde estaba la punta de tu dedo y también dónde estaba tu hombro.
Este sentido
se llama propiocepción y es la conciencia de dónde están situadas las partes de
nuestro cuerpo.
La
propiocepción es posible gracias a unos receptores en nuestros músculos
conocidos como husos neuromusculares, que comunican al cerebro la longitud y la
capcidad de estiramiento de los músculos.
Posición y gravedad
Ahora
imagínate que tienes los ojos tapados y que alguien te empuja hacia delante
despacio.
Inmediatamente
tendrás una sensación de cómo cambia la posición de tu cuerpo en relación a la
gravedad.
Esto sucede
gracias al sistema vestibular, lleno de fluidos, que se encuentra en el
interior de tu oído y nos permite mantener el equilibrio.
Aunque
muevas la cabeza mientras lees, esto no cambia tu habilidad de leer y
permanecer concentrado en las palabras.
Este sistema
también nos da la experiencia de la aceleración en el espacio y está conectado
con los ojos.
Si mueves tu
cabeza a los lados mientras lees, verás que esto no cambia tu habilidad de leer
y permanecer concentrado en las palabras.
Esto ocurre
porque el sistema vestibular cancela el efecto del movimiento.
Hay
numerosos sentidos que nos aportan información sobre los estados internos de
nuestro cuerpo.
Los más
obvios son el hambre y la sed, el dolor interno y la necesidad de vaciar la
vejiga o el intestino.
Otros
sentidos menos conscientes son las señales sobre la presión sanguínea, los
niveles de pH del fluido cerebroespinal, y muchos otros.
Un sentido por cada tipo de receptor
Algunos
creen que deberíamos llevar la definición más lejos, de forma que los sentidos
se definan por el tipo de receptores que tenemos: cada receptor indica un
sentido distinto.
Si este
fuera el caso, incluso sentidos muy conocidos se dividirían en distintas
variedades.
Por ejemplo,
si cerrases los ojos y alguien te sorprendiera con un cubito de hielo en tu
espalda, experimentarías un shock de frío.
En nuestra
piel tenemos sensores dedicados a registrar el dolor.
Esta
sensación sería distinta de la que tendrías si el cubito fuera de plástico, por
ejemplo.
Junto con
los sensores de temperatura, en nuestra piel tenemos también sensores dedicados
a la presión mecánica, el dolor (nociperceptores) y el picor.
Si se usa la
misma lógica, el gusto puede dividirse entre dulce, amargo, salado y agrio y
"umami", que se activa por el glutamato monosódico y se asocia con el
sabor a carne.
Separar lo
sentidos de esta forma no parece lo más intuitivo, aunque se convierte en algo
aún más absurdo si nos fijamos en el olfato: los humanos tenemos más de 1.000
receptores olfativos afinados para distintas moléculas odoríferas.
¿Habría que
contar cada una como un sentido diferente?
Simplificación
En el otro
extremo, podríamos restringir la definición a las categorías físicas de la
información entrante.
Podemos
simplificar los sentidos en solo tres: mecánicos (el tacto, el oído y la
propiocepción); químicos (el gusto, el olfato y los sentidos internos); y la
luz.
Otra forma
de ver la cuestión es pensar en cómo se utiliza la información sensorial.
Algunos
ciegos utilizan el método de ecolocación para evitar chocarse contra objetos.
Un buen
ejemplo es la capacidad humana de ecolocalización. La ecolocalización funciona
si una persona emite un sonido al chasquear la lengua y escucha cómo rebota en
el entorno inmediato.
En Estados
Unidos existe incluso un equipo de científicos ciegos que utilizan la
ecolocalización para practicar bicicleta de montaña.
Esta
capacidad depende del sentido tradicional del oído, pero la experiencia
perceptiva y funcional es más cercana al sentido de la vista.
No necesitas
ser ciego para intentarlo, incluso las personas que conservan la vista pueden
aprender a "ver en la oscuridad" utilizando la ecolocalizacion.
Por eso
algunos lo consideran un sentido separado.
El mito de cinco
No hay una
única forma lógica de definir los sentidos.
Una vez que empiezas a pensar sobre
todos los tipos de información que llegan al cerebro, quizás veas que
desarrollas un nuevo sentido, la sensibilidad a algunas de las falsas creencias
sobre la forma en que el cerebro experimenta el mundo
Puede que no
sea muy útil hacer divisiones entre ellos, considerando que casi siempre
funcionan a la vez: el color de la comida o el sonido en un restaurante pueden
influir en el gusto, por ejemplo.
Entender
estas relaciones es importante cuando se estudian condiciones como la
sinestesia, y podrían ayudar a entender mejor la conciencia.
Pero se mire
como se mire, cinco es un número bastante arbitrario, un "mito" sobre
el cerebro.
Este
artículo se basa en un capítulo del nuevo libro de Christian Jarrett,
"Great Myths of the Brain" ("Grandes mitos sobre el
cerebro").