Por, Sebastián J. Lipina, director de la Unidad de Neurobiología Aplicada(CEMIC-CONICET), Argentina.

Niña hondureña cosechando café. Foto:
Pep Companys
Este aporte de Sebastián Lipina resulta
esclarecedor e inspirador para aquellos que estudian la pobreza, así
como para los que trabajan cotidianamente tratando de limitar o de
erradicar sus efectos, particularmente, sobre la infancia. Son los niños, las
niñas y los jóvenes los que sufren con mayor intensidad las consecuencias de la
pobreza y de la injusticia social. Científicos, representantes de organismos
internacionales y medios de prensa han enfatizado con insistencia que los
primeros 1000 días de vida constituyen una oportunidad única e irrepetible para
revertir los efectos que generan las situaciones de privación material,
nutricional y social en el desarrollo cognitivo, emocional y educativo de la
infancia. Un alerta importante, aunque, como demuestra Lipina, insuficiente
para guiar las acciones e intervenciones institucionales y políticas que pueden
contribuir a revertir los efectos de la pobreza en los primeros años de vida.
En efecto, esta interpretación, que no se fundamenta en
evidencias científicas, establece un marco de interpretación y de acción
extremadamente determinista, al poner en supuesta condición de irreversibilidad
a los niños, niñas y jóvenes que no han sido oportunamente atendidos en sus
primeros tres años de vida. Si los primeros 1000 días son
fundamentales y únicos, una vez que los hemos perdido, nada podremos hacer para
revertir los efectos que la pobreza ha generado en miles de seres
humanos cuya vida ha sido desperdiciada por la injusticia, la incompetencia de
nuestros gobiernos y la falta de tiempo. Lipina desmonta los fundamentos de
este determinismo profundamente regresivo y conservador en términos políticos.
Un análisis imprescindible para entender la pobreza e intervenir en la lucha
por la igualdad con los aportes de la neurociencia y de las ciencias del desarrollo
humano.
Pablo
Gentili, coordinador de Contrapuntos
El énfasis que en la actualidad se le da a los primeros 1000 días de
vida como determinantes para el desarrollo humano durante el resto de la vida,
se construyó fundamentalmente en base a tres fuentes de evidencia empírica
generadas en el contexto de las ciencias de la salud. Por una parte, disponemos
de un estudio realizado en cuatro aldeas rurales en El Oriente (Guatemala)
entre los años 1969 y 1977 que involucró a más de dos mil niños y sus madres
que estaban en riesgo alimentario por vivir en condiciones de pobreza. Los
resultados demostraron que un suplemento nutricional con altos contenidos
proteicos y energéticos impactó más en los niños que lo recibieron durante su
segundo y tercer año de vida, en comparación con los niños que lo habían
recibido en etapas posteriores a su desarrollo. El impacto se verificó tanto en
medidas de crecimiento físico, como en otros indicadores de salud, educación,
cognición e incluso de productividad económica muchos años más tarde, cuando
los niños ya fueron adultos. Otra de las fuentes proviene de un análisis
publicado en el año 2010 y realizado en 54 países con ingreso bajo y medio, en
el que se verificó una caída de las puntuaciones en la talla de los niños entre
su nacimiento y los 23 meses de vida, sin evidencia de deterioro adicional
entre los 24 y los 59 meses siguientes. La tercera fuente proviene de
diferentes estudios realizados durante varias décadas, que evidencian con
claridad la importancia de la prevención de la salud materna durante el período
prenatal para prevenir las fallas de crecimiento en sus hijos.
Si sumáramos a esta evidencia la generada por las ciencias del
desarrollo contemporáneas, que también sostienen la importancia de la provisión
nutricional adecuada desde la concepción y durante los primeros años de
desarrollo luego del nacimiento, no hay dudas que los primeros
1000 días de vida son una etapa muy importante en la que es necesario asegurar
la alimentación y el cuidado de las madres y sus hijos para proteger el
desarrollo adecuado de sus potenciales y oportunidades. Tampoco
existen dudas acerca de que las carencias pueden afectar a cualquier niño, sea
pobre o rico. No obstante, las condiciones de desigualdad que caracterizan a
muchos países del mundo en el momento actual, colocan en una situación de mayor
vulnerabilidad y riesgo a aquellos que padecen situación de pobreza.
Al tiempo que esta evidencia fue siendo diseminada y comunicada en
diferentes sociedades del mundo, se produjo otro fenómeno que dio origen a
nociones acerca del desarrollo humano en condiciones de pobreza que sostienen
que los primeros 1000 días son un período crítico durante
el cual es necesario realizar los mayores esfuerzos para asegurar alimentación
y estimulación para el aprendizaje de los niños, antes de que esta etapa
finalice. Tal noción sostiene que luego de que esta
supuesta ventana de oportunidad única se cierra, ya no será posible generar
cambios en aquello que no haya sido nutrido o estimulado en forma adecuada con
anterioridad. Es decir, esta noción sostiene que lo no logrado o lo que haya
quedado afectado por pobreza es irreversible, no puede modificarse, sugiriendo
una concepción del desarrollo humano en la que hay eventos determinantes
centrales sujetos a una dinámica con pocos o ningunos grados de libertad para
el cambio.
Tales conceptos pueden verificarse en la intervención realizada por
diferentes medios, organismos multilaterales e incluso comunidades académicas y
de divulgación científica. Por ejemplo, en el año 2013, el encabezamiento de
una nota publicada en el sitio web de Smithsonian, una de
las organizaciones más prestigiosas en enseñanza y divulgación de la ciencia,
afirmaba que: Crecer en la pobreza puede afectar el
desarrollo cerebral del niño. Un gran cuerpo de investigaciones muestra que las
circunstancias y el estrés crónico de la pobrezainterrumpen el
desarrollo del cerebro. El prestigioso periódico inglés The Guardian, en el año 2014, publicaba una
contribución cuyo título era: La mitad de los niños afganos
sufre de daños irreversibles por malnutrición. Y
agregaba: La nutrición pobre en los primeros dos años
tiene efectos permanentes sobre el crecimiento y el desarrollo.
A principios del año 2016, era posible leer lo siguiente en la sección “Nuestras Prioridades” del sitio web de
Unicef-China: Los niños son más vulnerables a la pobreza que
cualquier otro grupo etario. Ellos experimentan la pobreza de manera diferente
a los adultos y otros miembros del hogar, y sus necesidades varían según diferentes
edades. Invertir durante los períodos críticos, particularmente en
la infancia temprana, es crucial para combatir la pobreza infantil. Los
procesos de desarrollo y maduración son sensibles al tiempo, lo cual significa
que los efectos de la pobreza infantil son profundos, de larga duración e irreversibles.
Por ejemplo, la malnutrición en los primeros añosimpide el desarrollo esencial
de las conexiones cerebrales para el aprendizaje, afectando a la educación y
más tarde en la vida, el potencial de ingreso.
En el año 2015, investigadores de nueve centros universitarios
norteamericanos publicaron un artículo en la revista científica Nature Neuroscience en
el que mostraron nuevas evidencias sobre las influencias de las pobreza
infantil en la estructura cerebral y el desempeño cognitivo. Allí afirmaban que
no era posible interpretar los resultados en un sentido de determinación irreversible. No obstante, la misma
semana la revista Nature (de la misma compañía
editorial) publicó una nota periodística titulada La pobreza encoge los cerebros desde el nacimiento.
Hace algunas semanas, el blog Primeros Pasos del
Banco Interamericano de Desarrollo, BID, aportaba un conjunto de
consideraciones semejantes sobre el desarrollo infantil temprano: Es en los primeros 3 años de vida que el cerebro humano crece más
que en ninguna otra etapa, alcanzando el 80% del tamaño adulto, y es por esto
que el aprendizaje se realiza con mayor facilidad que en ningún otro
momento. Durante este período, corto pero único,
los niños necesitan atención, estímulos e interacciones adecuadas que les
permitan desarrollar su mayor potencial a nivel cognitivo y no cognitivo.
Algunos déficits en los estímulos adecuados durante la primera infancia se
pueden compensar más adelante, pero el costo es tan alto que los daños son
frecuentemente,irreversibles.
Estos, y otras tantos ejemplos que podríamos agregar, hacen referencia a
los primeros 1000 días de vida como un período crítico o una ventana de
oportunidades única para el aprendizaje infantil. Del mismo modo, alertan sobre
la irreversibilidad de los efectos de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo
de los niños y las niñas, cuando se desaprovecha esta oportunidad única y
temporalmente limitada. Sin embargo, semejantes
afirmaciones no se corresponden con la evidencia empírica generada durante las
últimas décadas por las ciencias del desarrollo humano y de la educación.
Esta distancia entre un conjunto de nociones erróneas sobre los efectos de la
pobreza y la evidencia empírica que nos aporta la investigación científica
sobre el tema, exige reflexionar sobre dos cuestiones de gran importancia. La
primera, se refiere a qué es lo que la evidencia científica disponible permite
afirmar acerca de las influencias que ejerce la pobreza sobre el desarrollo
emocional, cognitivo y social de niños, niñas y adolescentes. La segunda, a
cómo y por qué se generan, diseminan y sostienen concepciones erróneas.
El
impacto de la pobreza sobre el desarrollo infantil
Con respecto a la primera cuestión, la evidencia disponible en
psicología y neurociencia del desarrollo permite afirmar que, desde la
concepción y durante toda la vida, el sistema nervioso –que contiene al cerebro
- se organiza y se modifica en base a la interacción dinámica entre los genes y
el ambiente en el que cada individuo desarrolla su existencia. A su vez, estos
procesos de desarrollo son modulados por una gran diversidad de mecanismos
moleculares, celulares, conductuales, sociales y culturales. Durante tal
desarrollo, existen momentos de máxima organización de diferentes funciones
cerebrales que se denominan períodos críticos,
que no son necesariamente fijos respecto al momento en que ocurren ni a las redes
neurales que involucran. Es cierto que, si durante tales períodos críticos se
produce una alteración, tanto positiva como negativa, ésta tenderá a ser
incorporada de una manera permanente a la función, limitando las oportunidades
para reorganizarse. Muchos de estos períodos tienen lugar en momentos tempranos
del desarrollo, en particular durante la fase perinatal y en los primeros meses
de vida. Pero en el caso de la organización de procesos más complejos como los
cognitivos, los emocionales, y las competencias de aprendizaje, tal
organización depende de la integración progresiva de diferentes redes neurales,
que procesan más de una modalidad de información y que se desarrollan en
diferentes momentos durante al menos las dos primeras décadas de vida.
Un ejemplo paradigmático que ha alimentado a la interpretación errónea
de los primeros 1000 días de vida como única ventana de oportunidad para el
desarrollo cerebral y el aprendizaje, es el de la formación y eliminación de
contactos entre neuronas o sinapsis. El tiempo
de creación y eliminación de sinapsis en áreas cerebrales vinculadas con el
procesamiento sensorial y motor se estima que culmina alrededor de los dos años
de vida; mientras que en las áreas frontales ello ocurre no menos de una década
y media después del nacimiento. Es decir, no hay un solo período de
formación de contactos entre neuronas. Y de ninguna manera es posible sostener
que el momento en que se alcanza el número estable de sinapsis en cada área
cerebral, implica un cierre de oportunidades para el desarrollo cognitivo y el
aprendizaje. Tal como lo demuestra la evidencia de las ciencias de
la educación y del desarrollo psicológico desde hace décadas, es posible
generar aprendizajes eficientes en diferentes etapas del desarrollo, mucho más
allá de los primeros tres años de vida, incluso en poblaciones infantiles que
han padecido privaciones materiales y simbólicas. Esto significa que existen varias ventanas de oportunidad para
diferentes aspectos del desarrollo emocional, cognitivo y el aprendizaje.
Por otra parte, que el cerebro alcance en sus primeros años el 80% de su
tamaño adulto, no significa que su funcionamiento también lo haga. Los aspectos
estructurales, como por ejemplo el tamaño, y los funcionales están asociados
pero su relación no es necesariamente causal. En síntesis, basar el desarrollo
cerebral y cognitivo en un único aspecto - en este caso el período de
generación y poda sináptica o el tamaño cerebral - es un error que no toma en
cuenta la noción consensuada de las ciencias del desarrollo: éste involucra
múltiples componentes a distintos niveles de organización, que están en
interacción continua y que son sensibles a diferentes influencias individuales
y ambientales en el tiempo, de manera que su organización no responde a un
patrón único y de evolución uniforme. De hecho, identificar a través de
experimentos un período crítico para el desarrollo emocional y cognitivo, o
para el aprendizaje, es una empresa difícil para la investigación
neurocientífica porque requiere de estudios que permitan controlar variables
moleculares, celulares, cognitivas, conductuales y ambientales, y su evolución
conjunta en el tiempo. En el caso de los momentos de organización de funciones
emocionales, cognitivas y de aprendizaje, la neurociencia contemporánea las
denomina “períodos sensibles”, en lugar de “críticos”. Los
períodos sensibles también definen momentos importantes de organización
estructural y funcional neural, aunque con dos diferencias importantes respecto
a los períodos críticos. Por una parte, el tiempo de su duración es mayor y más
difícil de establecer; y por otra, las influencias positivas o negativas que
modifiquen la organización de estas funciones, podrían modificarse aunque con
mayor esfuerzo que en el caso del desarrollo en contextos adecuados, sin
privaciones materiales y simbólicas. Es decir que no habría una tendencia a la
irreversibilidad y en consecuencia continuarían abiertas las oportunidades de
reorganización plástica y de aprendizaje, aunque con grados menores de libertad
y con requerimientos de mayor esfuerzo. De hecho, diferentes intervenciones
orientadas a optimizar y maximizar las oportunidades de desarrollo y
aprendizaje de niños y adolescentes que viven en condiciones de pobreza,
demuestran desde hace décadas que es posible hacerlo utilizando distintas
estrategias en laboratorios, hogares, escuelas y comunidades. Por supuesto, no
todos los participantes de estas intervenciones logran obtener los mismos
resultados, debido a que las diferencias individuales a nivel de la plasticidad
neural, la susceptibilidad al ambiente, la respuesta a la co-ocurrencia de
múltiples adversidades, la acumulación de riesgos y el tiempo de exposición a
las privaciones determinan diferentes respuestas y trayectorias. Precisamente,
la ciencia contemporánea del desarrollo incluye dentro de sus objetivos
centrales de investigación la identificación de los diferentes mecanismos a
través de los cuales ocurren los impactos por pobreza y también los cambios que
ocurren como consecuencia de intervenciones orientadas a optimizar el
desarrollo infantil.
En
síntesis, la importancia de los primeros 1000 días como momento único para el
desarrollo humano estaría justificada para algunos de los aspectos propuestos
por las ciencias de la salud a través de los estudios nutricionales. Pero su
generalización a otros aspectos del desarrollo emocional, cognitivo, social y
del aprendizaje no consideran de forma adecuada la complejidad proveniente de
la organización de la plasticidad neural durante las dos primeras décadas de
vida, ni las oportunidades de cambio por intervención cognitiva, educativa y
social. La noción de una determinación temprana de tales aspectos del
desarrollo en base a un grupo discreto de determinantes principales – en este
caso, las carencias nutricionales y la estimulación para el aprendizaje en los
primeros 1000 días - no es posible de sostener, más allá de su potencial
atractivo para los abordajes econométricos.
Entre
el determinismo y la reversibilidad de los efectos de la pobreza en el
desarrollo infantil
En el año 1999, el investigador en nutrición y desarrollo Ernesto Pollit, un referente de esta área de
investigación, lo expresó en estos términos:
La
noción de períodos críticos tal como se la utiliza en su forma sobrevalorada es
cercana a esta idea de determinación. En el contexto específico del estudio de
los efectos de la desnutrición temprana, la idea de períodos críticos y la
evidencia de laboratorio llevaron a la hipótesis de que la desnutrición de
energía y proteína durante los períodos de mayor aceleración del crecimiento
cerebral tenía un efecto irreversible. Esta hipótesis llevaba implícita la idea
de que la desnutrición era un factor suficiente para producir retardo mental.
La idea de determinantes principales y la conceptualización de períodos
críticos, así como datos experimentales con modelos animales, llevaban a la
conclusión de que en los niños desnutridos la relación entre la deficiencia de
macronutrientes y las consecuencias funcionales era mediada por los cambios en
la arquitectura cerebral. Gradualmente, varios investigadores comprendieron que
la conceptualización de un efecto lineal no conducía a una comprensión cabal de
los efectos de la desnutrición entre niños que viven en condiciones de pobreza
extrema. Se hizo evidente que la desnutrición tiene un origen multicausal y se
reconoció que el problema era demasiado complejo para reducirlo a la medición
de un efecto principal.
Más adelante, en el mismo artículo, continuaba de la siguiente forma:
Las
probabilidades de que se encuentren problemas de aprendizaje escolar entre niños
que nacieron con un peso menor a 2.500 gramos varían en función directa de su
nivel económico. Aún en comunidades en condiciones de pobreza absoluta, los
factores socioeconómicos predicen la variabilidad del desarrollo mental de
niños con una historia de malnutrición temprana. La pobreza es un problema
central y es preciso comprender sus mecanismos de influencia. Respecto al
estudio de Guatemala, un seguimiento realizado en los años 1988 y 1989 concluyó
que incluso cuando la desnutrición ocurra tempranamente, ella no es una
condición suficiente para fijar la trayectoria del desarrollo. La corrección de
una desviación del desarrollo está determinada en parte por las circunstancias
ambientales y por las experiencias individuales. El organismo tiene la
capacidad de modificar la dirección de un desarrollo desviado.
En el área de la neurociencia nutricional contemporánea, estas nociones
siguen siendo las que forman parte del consenso que sostiene que la idea de
determinantes principales da una visión parcial o errónea acerca del impacto
que las carencias nutricionales tempranas generan en las trayectorias de
desarrollo, habida cuenta de los efectos de diferentes tipos de intervenciones
que involucran acciones orientadas a los diferentes aspectos del desarrollo infantil.
En tal concepción, el desarrollo humano se modela como un proceso
probabilístico multideterminado por factores biológicos, psicológicos y
ambientales que moderan su trayectoria durante el ciclo vital. Y tales factores
pueden mantener el efecto de adversidades ocurridas durante la infancia, así
como también inducir cambios en sentidos positivos. La influencia del contexto
en el desarrollo infantil hace que las probabilidades de su trayectoria varíen
en función de todos estos componentes y factores en diferentes etapas de la
vida.
En
síntesis, no es posible afirmar que los primeros dos o tres años de vida sean
un período crítico ni mucho menos único para el aprendizaje, ni que las
privaciones tempranas generan necesariamente impedimentos irreversibles o la
detención del desarrollo. Estas nociones inducen a
representar al desarrollo como un fenómeno mucho más fijo y menos dinámico de
lo que realmente la evidencia empírica permite sostener, al no considerar
adecuadamente los niveles de plasticidad y sensibilidad al cambio, en el
contexto de una dinámica compleja que involucra fenómenos no sólo biológicos,
sino también sociales y culturales. La sobrevaloración de las nociones erróneas
de período crítico e irreversibilidad amerita
además un análisis acerca de cuáles son las representaciones que se proponen
sostener acerca de la protección de la infancia temprana en diferentes
sociedades. En tanto se enfaticen términos como “ingreso” y “productividad”
como expectativas del desarrollo normativo, sin tomar en cuenta que la forma de
organización social y económica de una comunidad puede o no favorecer la
creación de oportunidades de inclusión educativa y laboral más allá de las
carencias de los primeros años del desarrollo, entonces se podría estar
proponiendo desarrollar una sociedad orientada en forma primordial al consumo y
al trabajo que podría excluir a aquellos que no alcancen estos parámetros de
logro. Es decir, se acercaría a una propuesta más cercana a la reproducción de
desigualdad que a la de construcción de la equidad. En tal sentido, sería
importante que medios, organismos multilaterales e instituciones académicas
revisaran las afirmaciones que sostienen sobre el desarrollo humano, los
períodos críticos y los fenómenos de cambio emocional, cognitivo y social
durante el ciclo vital. Reducir las oportunidades del
desarrollo a una sobregeneralización de las nociones de período crítico e irreversibilidad,
podría implicar la subestimación del valor transformador de los contextos de
desarrollo y de los intercambios simbólicos que proponen diferentes sistemas
culturales para cuidar y generar oportunidades de aprendizaje e inclusión
social de los niños y adolescentes.
Por último, estas consideraciones críticas no deberían ser interpretadas
como un cuestionamiento a la motivación y al esfuerzo de todos los sectores que
están involucrados con la primera infancia en el mundo actual. En todo caso, se
trata de promover foros de discusión y de debate sobre las necesidades de los
niños y adolescentes atendiendo a nociones basadas en la evidencia, de manera
de mejorar la calidad de la información, las formas de comunicar los hallazgos
y el diseño de intervenciones pertinentes para diferentes sistemas culturales.
Se trata de generar de forma honesta y productiva la responsabilidad que todos
los actores sociales tenemos en la construcción de la igualdad.
Sebastián
J. Lipina. Psicólogo, Investigador de CONICET
(Argentina), Director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA,
CEMIC-CONICET), Profesor de la Universidad Nacional de San Martin (UNSAM).
Autor del libro Pobre Cerebro(Siglo
XXI Editores, Buenos Aires).
Para
saber más:
"Pobre cerebro", un libro
que indaga en la influencia de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo - Entrevista a Sebastián Lipina, Agencia Telam, 12/07/2016.
Blog de la Unidad de Neurobiología Aplicada,
CEMIC-CONICET.
"El estrés puede generar cambios en el cerebro".
Entrevista a Sebastián Lipina, La Nación, 24/06/2015.
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