Las personas que hablan varios idiomas ejercitan más
la mente y aprenden de forma natural a desechar distracciones

Alumno de un
colegio bilingüe del sur de Madrid. / uly martín
El cerebro de
una persona bilingüe funciona como un semáforo. Cuando tiene
que elegir una palabra, da luz verde al idioma que está usando y frena con una
luz roja el término del que no necesita. Este proceso natural de selección, que
hace centenares de veces al día, es como una gimnasia involuntaria que mejora
su materia gris.
Los efectos del
bilingüismo en el cerebro se han analizado profusamente en los últimos años
desde distintos puntos de vista. Hay investigaciones que apuntan a que hablar
dos idiomas permite combatir mejor el Alzheimer o la demencia. Dos equipos de
investigación estadounidenses estudian en la actualidad las ventajas que una
segunda lengua supone para el día a día. “Los cerebros bilingües están mejor
equipados para procesar información”, señala la profesora Viorica Marian,
psicóloga y autora principal de un estudio de la Universidad
de Northwestern (Evanston, Estados Unidos).
En la misma
línea trabaja otra institución norteamericana, el Instituto de Aprendizaje y
Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington (Seattle, EE UU), que
recientemente ha entrado en contacto con las autoridades españolas y planea
trasladar parte de su investigación aquí. Sus codirectores, Patricia K. Khul y Andrew N. Meltzofr,
analizan el proceso informal que desarrollan los niños para aprender varios
idiomas a un tiempo. Desde mediados de 2014, están en contacto con la Comunidad
de Madrid y el Ministerio de Educación para ampliar su investigación a centros
escolares en la primera etapa infantil (de cero a tres años).
Ambos equipos se centran en la observación de las
partes del cerebro que se activan en las personas que solo dominan un idioma
frente a aquellas que funcionan en el caso de los que se comunican al menos en
dos lenguas con fluidez. La profesora Marian, de la Universidad de
Northwestern, realizó su estudio con participantes de 18 a 27 años de edad
seleccionados por la Universidad de Houston. 17 de ellos eran bilingües en
español e inglés mientras que otros 18 solo hablaban inglés. "Elegimos
estos idiomas porque es el bilingüismo más habitual en Texas, aunque suponemos
que los resultados serían similares con otras lenguas", señala la
investigadora.
El trabajo,
desarrollado a lo largo de tres años, partía de un experimento bastante simple.
Después de escuchar una palabra en inglés, leída por una voz masculina con
acento neutro, les enseñaban a los integrantes de ambos grupos un dibujo con
cuatro objetos: dos cuya pronunciación es similar en inglés y otros dos que
suenan totalmente diferentes. Por ejemplo, clown (payaso) y cloud
(nube); candy (caramelo) y candle (vela) o pig (cerdo) y picture
(dibujo). Mientras los participantes elegían el término correcto, el equipo de
investigación revisaba el comportamiento de su cerebro a través imágenes por
resonancia magnética.
Cuanto más oxígeno o sangre fluye a una región, más
esfuerzo realiza esa parte del cerebro. Los que solo hablan un idioma tenían
más activadas las regiones de control de inhibiciones del cerebro que los
bilingües, es decir, “trabajan más duro para encontrar las respuestas”, añade
Viorica Marian, autora principal del estudio publicado en la revista Brain
and Language.
¿Qué efectos
tiene que el cerebro funcione de uno u otro modo? Según las conclusiones del
equipo de la profesora Marian, los niños bilingües, por ejemplo, desechan “con
más facilidad” el ruido en la clase para concentrarse en la lección. “Si estás
conduciendo u operando en un quirófano es importante enfocarte en lo que
realmente importa e ignorar lo que no”, añade.
El equipo de
trabajo de Seattle, incluye investigadores postgraduados que analizan el
aprendizaje y el comportamiento del cerebro de sus propios hijos, que son
bilingües de inglés combinado con diferentes idiomas.“El cerebro de una persona
que habla dos lenguas es mucho más flexible, enfrenta situaciones más complejas
por lo que busca mejor las soluciones y acaba resultando mucho más ágil”,
explicaba Patricia K. Khul, que estuvo en España con Meltzofr a finales de
septiembre y visitó la red de colegios bilingües de la Comunidad de Madrid.
Meltzofr y Khul
han presentado ya sus investigaciones en el Congreso de los Estados Unidos. Sus
conclusiones “sirvieron para tranquilizar a la sociedad frente al temor
bastante extendido que un alumno que crece entre dos idiomas perjudica la
lengua materna y el aprendizaje de otras materias”, según Andrew N. Meltzofr.
En España, la
mayoría de las comunidades autónomas tienen oferta de enseñanza bilingüe en inglés pública.
Los investigadores de Seattle visitaron centros de Madrid y contactaron también
con las autoridades educativas de Barcelona. Meses antes, una delegación
española estuvo en Seatle. El ministro de Educación, José Ignacio Wert, la
secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, y la consejera del ramo
de la Comunidad de Madrid, Lucía Figar, acudieron a las instalaciones. Tras
ambos encuentros, el equipo estadounidense quiere colaborar ahora con Madrid.
Los investigadores han pedido trabajar en centros de la primera etapa de
educación infantil (de cero a tres años), según explica un portavoz de la
consejería. Esperan cerrar un acuerdo en diciembre.
El mejor momento para aprender un idioma
Cuanto antes
mejor. Los investigadores del Instituto de Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de
la Universidad de Washington, Patricia K. Khul y Andrew N. Meltzofr, lo tienen
claro. El cerebro de un niño de cero a siete años “se adapta fácilmente a
cualquier innovación”. “A esa edad puede notar sin problema si su abuela habla
un tercer idioma y adquirirlo de forma natural”, explica Meltzofr. “Si vas de
visita con tus hijos a otro país, es probable que ellos vuelvan sabiendo
varias palabras relacionadas con el fútbol después de jugar un partido con
otros niños, mientras que tú no pilles nada compartiendo el tiempo con sus
padres”, añade.
Entre ocho y 18
años de edad, según estos expertos, el aprendizaje se vuelve “más académico y
lento”. A partir de entonces, el reto se complica. “Si está leyendo esto y ya
es adulto, es demasiado tarde para usted”, ironiza Meltzofr.
“Nunca es tarde
para aprender otra lengua”, considera, por contra, la profesora Viorica Marian,
de la Universidad de Northwestern. Ella creció hablando
rumano y ruso, su tercera lengua es inglés y tiene nociones básicas de español,
francés y holandés. Esta investigadora admite las ventajas de adquirir una
segunda lengua de niño, como “la posibilidad de sonar como un hablante nativo
sin acento extranjero”, pero defiende que el dominio de otro idioma “puede
llegar a cualquier edad” y mejorar el control de la función de inhibición del
cerebro en apenas unos meses.
Tomado de: http://elpais.com/elpais/2014/11/14/ciencia/1415985974_376968.html
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